Reimaginar el turismo en un futuro con menos tráfico aéreo: Resumen del seminario web
abril 17, 2023

¿Cumple el turismo impulsado por la aviación su promesa de proporcionar prosperidad tanto a las personas como al planeta? ¿Cómo han llegado a depender la aviación y el turismo el uno del otro? ¿Qué oportunidades tiene por delante el sector turístico si se da una drástica reducción del tráfico aéreo?

El 28 de febrero de 2023 debatimos estas cuestiones en un seminario web titulado «Reimaginar el turismo en un futuro con menos tráfico aéreo», moderado por Daniela Subtil (coordinadora de la red Stay Grounded) y Neus Crous-Costa (turismóloga), ambas del Grupo de Trabajo sobre Turismo de Stay Grounded.

Queríamos reunir a profesionales e investigadores del Mediterráneo (España) y del Caribe (República Dominicana). Tras la Segunda Guerra Mundial, las costas del Mediterráneo se convirtieron en el primer destino de ocio para el turismo (masivo) de sol y playa. Más tarde, cuando la «periferia del placer» creció, las estructuras políticas e industriales relacionadas con el turismo se trasladaron a la zona del Caribe. No es casualidad que la mayoría de las inversiones en la zona sean exógenas. Además, la mayoría de los destinos caribeños están situados en islas, lo que supone un reto adicional en lo que respecta a la movilidad internacional. Nuestres ponentes fueron:

Giselle Cedeño
Licenciada en Turismo y Hostelería por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana (UASD), con especialización en Sostenibilidad y Gestión de la Calidad en Empresas Turísticas, y es miembro y colaboradora de Alba Sud. Giselle escribe sobre turismo, desigualdad y alternativas desde la perspectiva dominicana.

Carlos Buj
Diseñador y moderador de talleres y cursos sobre la transformación ecosocial. También ha investigado sobre políticas públicas de promoción del turismo internacional en el contexto español y fundado la cooperativa «Viaje a la Sostenibilidad».

Ernest Cañada
Investigador centrado en el turismo desde perspectivas críticas, investigador postdoctoral en la Universitat de les Illes Balears (UIB) y socio fundador de Alba Sud. Desde 2016 es miembro experto del Consejo de Turismo y Ciudad del Ayuntamiento de Barcelona. Entre otros temas, se centra en alternativas emancipadoras postcapitalistas en torno al turismo.

Turismo y aviación

Es difícil imaginar el turismo contemporáneo sin el uso masivo de la aviación comercial. También es difícil determinar si la periferia del placer pudo expandirse gracias a la disponibilidad de una aviación comercial asequible, o si la aviación comercial consiguió crecer porque las clases medias empezaron a disfrutar de vacaciones pagadas. En cualquier caso, desde los años sesenta la industria turística siempre ha crecido de la mano del tráfico aéreo. Prueba de ello es que la proporción de turistas internacionales que viajan en avión ha aumentado del 46% en 2000 al 59% en 2019 (OMT, 2021).

Hoy en día, los viajes de ocio y de negocios se han convertido en formas muy apreciadas de acumular capital simbólico, así como en maneras genuinas de disfrutar y de crear diálogos interculturales.

A pesar de la creciente presión para combatir la contribución del tráfico aéreo al calentamiento global, las industrias de la aviación y del turismo están preparadas para seguir creciendo y reforzando su interdependencia. Ambas industrias se niegan a reconocer que para reducir las emisiones de GEI de la aviación es necesario reducir el propio tráfico aéreo. En lugar de ello, echan mano de narrativas como la «creación de empleo y riqueza», el «desarrollo» y la «conservación del medio ambiente» para intentar afirmar que los beneficios de su modelo empresarial justifican los daños que este causa.

Del Mediterráneo al Caribe

La República Dominicana recibe alrededor de 10 millones de turistas al año, y actualmente el gobierno está implementando políticas encaminadas a elevar aún más estas cifras, colaborando con la industria para promocionar al país como destino en mercados emisores como Canadá o Estados Unidos.

Obviamente, esto requiere un aumento del tráfico aéreo y va de la mano de la ampliación de las infraestructuras y la apertura de nuevos destinos, como Miches, Pedernales y Puerto Plata. La inversión pública para estos desarrollos es de 18 millones de dólares estadounidenses.

En España se observa un desequilibrio similar. Históricamente, la dictadura franquista fomentó fuertemente el desarrollo del turismo de sol y playa, que trajo a un gran número de extranjeros (y su dinero) al país. Hoy en día, esto significa recibir unos 85 millones de turistas al año, en un país de poco más de 40 millones de habitantes. Las zonas costeras y las islas son las que se encuentran bajo mayor presión. Aun así, la inversión pública en marketing turístico es una de las más altas del mundo. Esto crea un cierto atractivo que, junto con la situación geográfica del país, al borde de Europa, ha creado la necesidad de un número creciente de vuelos.

Las pautas de las políticas y la gestión del turismo no han cambiado, porque el turismo se sigue presentando como una fuente esencial de crecimiento para las sociedades receptoras, pero socialmente ya no se percibe como algo exento de externalidades negativas. Por lo tanto, es crucial crear nuevas narrativas y alzar voces críticas que puedan generar suficiente poder político para influir en la toma de decisiones públicas, como ya está ocurriendo en zonas como Barcelona.

Los impactos en las comunidades locales

Los desarrollos masivos relacionados con inversiones extranjeras son fomentados no sólo por la industria turística, sino también por la inmobiliaria. Incluso antes de Airbnb, las estaciones de esquí o los clubes de golf incluían la construcción de grandes urbanizaciones a su alrededor, las cuales ostentaban el verdadero negocio, más que las instalaciones deportivas en sí. Sin embargo, ninguno de ellos beneficia realmente a las comunidades locales. En este sentido, hoy vemos en Aragón (España) cómo, a pesar de las protestas sociales, los fondos Next Generation de la UE se destinan a ampliar las zonas de esquí.

La misma situación se da en la República Dominicana. Mientras que los científicos e incluso la prensa muestran evidencias de basura y contaminación incluso en las playas turísticas (debido a la mala gestión de los residuos en los hoteles), el gobierno niega estos hechos, con personajes públicos posando para las fotos mientras se bañan en estas playas. Un ejemplo de esto es la Playa de Bocachica.

En resumen, vemos que el modelo de desarrollo intenso de los años sesenta y setenta en España se sigue aplicando ampliamente sin una postura crítica por parte de la gestión pública. Así, el turismo está actuando como un fuerte mecanismo de reproducción del capital, induciendo la desposesión y la violencia. Las poblaciones locales, indígenas, pierden su soberanía sobre la tierra y sobre su propia existencia tanto en el medio rural como en el urbano.

Aferrándose al crecimiento

El sector turístico intenta ahora «compensar» de alguna manera los ingresos que no se generaron durante el cierre por la pandemia del Covid. Esto implicó un retroceso en términos de la regulación pública del turismo. Claros ejemplos de ello son la ampliación de los aeropuertos, los redoblados esfuerzos en marketing internacional, los privilegios fiscales y las políticas a favor del tráfico aéreo.

Paralelamente a estas políticas de ámbito estatal, las autoridades locales intentan minimizar los peores efectos del turismo de masas.
La industria turística es muy consciente de la crisis legítima del turismo de masas y de la aviación. Así se avanza hacia una elitización del turismo, enmascarada bajo el término «turismo de calidad». La realidad es que el turismo realizado por el extremo más rico de la sociedad tiende a tener impactos aún mayores que los viajes realizados por las clases medias. Y se nos sigue presentando otra falacia: mayor gasto no significa mayores beneficios para la población receptora.

Reimaginando el turismo

Sin embargo, no toda la esperanza está perdida. Más allá de una industria, el turismo es una práctica social, lo que significa que está sujeta a cambios. El turismo local o nacional suele tener un menor impacto ecológico, al menos en términos de movilidad. La industria debe empezar a tener más en cuenta el bienestar de sus propios trabajadores. El turismo en sí, como actividad, no debería considerarse un problema: la cuestión es cómo se ha planificado y gestionado históricamente.

Habrá que reducir el número de turistas que ingresan en un país. Pero debemos interpretar esto dentro de un marco de decrecimiento: la calidad de vida (tanto de los anfitriones como de los invitados) puede y debe medirse en términos no monetarios.

Una nueva gestión, centrada en el bienestar de las personas y del planeta, necesita nuevos imaginarios colectivos. Esto tiene que incluir a políticxs, administraciones públicas, grupos de la sociedad civil y la creación de nuevas narrativas. Y aquí tenemos que dar un paso hacia formas no capitalistas de organización social.